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Presencia italiana en el Cibao y Santiago. Siglos
xix
y
xx
los sombreros de fieltro Borsalino, que vendía Vicente
Anzelotti
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en su establecimiento en la esquina de las
calles Comercio y General Cabrera.
La necesidad de mitigar los rigores del desarraigo y
la nostalgia, sumadas a otras motivaciones económi-
cas y de sociabilidad, los impulsó a agruparse con sus
connacionales: para 1900 ya existía la sociedad Italia
Unita, que entonces eligió una nueva directiva com-
puesta por Salvador Cucurullo, presidente; Enrique
Ferroni, vicepresidente; José Antonio Divanna, te-
sorero; Carlos Grisolía, censor, y Francisco Schiffi-
no, secretario. Como lo traduce su nombre, tuvo fi-
nes asistenciales y de socorros mutuos.
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El reducido
número de paisanos y el hecho de que no funcionara
como ente para la sociabilidad bien pudo determinar que su permanencia no fuera estable en el tiempo: se
conoce que después de algún tiempo en receso, la sociedad se reactivó en 1907 bajo la presidencia de Salvador
Cucurullo y con un local en la calle San Juan. Consta además que dos de sus secretarios en años posteriores
fueron Angel Schiffino (1909-1910) y Alberto Campagna (1915-1916).
Fuera de ese núcleo asociativo, las positivas corrientes de empatía social que dieron y recibieron los italianos los
hicieron integrarse fácilmente a la sociedad santiaguera sin tener la necesidad de reconocerse en otro espacio que
preservara sus rasgos identitarios. Ni siquiera el Café Yaque, el antiguo Café Central de Wenceslao Guerrero,
que le compraron en 1910 Antonio Bisceglia (Totono) y Bruno Figgliuzi,
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aparece referenciado como punto
de encuentro de estos inmigrantes. Tener raíces comunes, como el hablar una lengua de derivación latina, fue
un catalizador para la fusión de valores. Contrario al caso de los árabes, prácticamente no hubo barreras cultu-
rales ni prejuicios contra los italianos, aunque, como todos los inmigrantes, sufrieron procesos de adaptación.
Muestra temprana de ello fueron su participación en la fiesta del Patrón Santiago en 1891 junto a las colonias
francesa y española con arcos en las calles
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y en el recibimiento al Presidente Ulises Heureaux en una visita a
la ciudad en 1894, a la par de los españoles; Juan Antonio Alix, al referirse a ellos, decía:
«Estos dignos extran-
jeros, / siempre han sido los primeros / En dar pruebas de amistad, / De cariño y lealtad/ A todos los santiagueros».
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Esa integración con lo autóctono, antes que practicar un forzoso aislamiento, se manifestó incluso en la élite,
que les abrió las puertas de sus clubes: del Club Santiago fueron socios Salvador Cucurullo, Anselmo Cope-
llo, Pilade Stefani, Esteban Piola (hijo de italiano),
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Pedro Russo y el doctor Manuel Senise y del Centro de
Recreo los mismos Piola, Cucurullo y Senise. Cucurullo fue segundo vicepresidente de la directiva del Centro
de Recreo presidida por Rafael Díaz en 1904 y vicepresidente del Club Santiago en la directiva encabezada
por Jacobo Marchena en ese mismo año. Fue presidente también del Club Santiago en 1904, vocal del Centro
de Recreo en 1911 y nuevamente vicepresidente del Club Santiago en 1916, en la directiva presidida por José
Nicolás Vega, mientras que Anselmo Copello y Esteban Piola fueron vicepresidente y secretario, respectiva-
mente, en la directiva que presidió el licenciado José María Cabral y Báez en 1908 en ese mismo centro social.
El doctor Senise fue miembro al igual que Cucurullo en la directiva del Centro de Recreo electa en 1915 bajo
la presidencia de José María Benedicto y vocal en la directiva de José Nicolás Vega en el Club Santiago en
1916.
Las logias, como expresión de su fraternalismo cosmopolita, igualmente les dieron acogida: José Sabatino,
propietario de la zapatería El Progreso en 1901,
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era segundo maestro de ceremonias en la Logia Nuevo
Mundo n. 5 en 1907, de la que también fue miembro Pascual Marino. Genaro Cantisano
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y José Divanna
fueron iniciados en 1911 y 1913, respectivamente, en la Logia Unión Santiaguesa n. 8034, a la que también
perteneció Oreste Menicucci.
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Cantisano sería admitido además como socio de la Alianza Cibaeña en 1915.
El Café El Edén, de
Aquiles Campagna, en
la calle Del Sol en
Santiago.