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Presencia italiana en el Cibao y Santiago. Siglos
xix
y
xx
En el municipio puertoplateño de Altamira radicó Nicola Francesco Giuseppe Perrone Leone (22 de marzo
de 1900 - 5 de octubre de 1983) quien llegó de Santa Domenica Talao, Cosenza, en 1925 a Puerto Plata, don-
de estableció una panadería y una casa comercial de compra y venta de frutos. Casó en Altamira, donde tenía
fincas de café y cacao, con María Dolores Polanco, con quien procreó a María Magdalena Yolanda, Mateo
Ramón, Antonio, Loraine, Nicolás y Julio Angeolino Perrone Polanco.
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Finalmente, en lo que toca a Puerto Plata, es de señalar que nietos puertoplateños del italiano Carlos Félix
Spignolio Fasana, de Treville,
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Fernando Alberto y José Antonio Spignolio Mena,
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participaron de las
expediciones de Luperón en 1949 y Constanza, Maimón, y Estero Hondo en 1959, respectivamente,
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y que
el pintor Jaime Colson abrió su interés al Renacimiento y sintió una verdadera devoción por genios italianos
como Leonardo da Vinci y Giorgio de Chirico.
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Por supuesto, no podemos obviar que en la Segunda República hubo lugar para Italia en la vida de un hijo de
Puerto Plata: Gregorio Luperón, primera espada de la Restauración, mantuvo comunicación con Giuseppe
Garibaldi en 1874.
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Al despuntar la apertura democrática tras la muerte de Trujillo, un descendiente de italianos, Carlos Juan
Grisolía Poloney (Grisco) (1914-2005), fue electo senador de la provincia de Puerto Plata por la Unión Cí-
vica Nacional en las elecciones celebradas el 20 de diciembre de 1962. Procurador fiscal, diputado, síndico
municipal y gobernador provincial, fue hermano del sobresaliente y brillante pianista puertoplateño Vicente
Grisolía.
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En Samaná, la presencia italiana tuvo como representantes a las familias Messina, Bancalari, Sangiovanni,
Caccavelli y Demorizi. Pedro Messina Galleti, hijo de Angelo Messina y María Galleti, se estableció origi-
nalmente en Sabana de la Mar, donde fue alcalde constitucional. Emigrado a Samaná, fue propietario de la
hacienda El Limón, el proyecto agropecuario más importante de la península, que le permitió impulsar la fa-
bricación de queso y mantequilla. Su hijo Angel María Messina Pimentel (1903-1967) fue fundador en 1936,
junto al doctor Edmon Sevez, de la Clínica Santa Bárbara en Samaná. Su hermana Ana Messina Galleti casó
con el inmigrante libanés Antonio José, asentado también inicialmente en Sabana de la Mar y ya en Samaná
en 1893.
Bartolomé Bancalari, presidente del ayuntamiento de Samaná en 1893 y miembro de la sociedad literaria y
de recreo Unión Samanés en 1887, fue propietario del primer bote de motor que surcó la bahía de Samaná a
principios de siglo
xx
, bautizado como «Rosa Consuelo».
Domingo Sangiovanni, establecido en Samaná en la última década del siglo
xix
junto a su esposa María Rosa
Grisolía y sus hijos Bonifacio, Paulino y Vicente, se inició como joyero ambulante, ocupación que ya ejercía
para 1896. En 1904, sus hijos fundaron la casa Hermanos Sangiovanni, dedicada al comercio exportador e
importador. De ellos, Paulino Sangiovanni fue propietario de la primera fábrica de hielo de Samaná y del
Cine Colón.
Los hermanos Caccavelli ocuparon posiciones destacadas en el ámbito local: Marcos Aurelio fue cura párro-
co; Noël fue Vicecónsul de Francia y Antonio se desempeñó como comerciante. Su sobrino Francisco María
(fallecido en 1952), natural de Ajaccio, Córcega, fue dueño de la fábrica de limonadas, gaseosas y licores La
Vencedora y padre de la profesora María Leticia Caccavelli Clark.
Finalmente, José Demorizi, también corso, fue regidor fundador de la común de Sánchez en 1886 y su hijo el
general Evaristo Nicolás Demorizi Deloup (1850-1926) fue presidente del ayuntamiento de Samaná, dipu-
tado, gobernador y Secretario de Estado de Guerra y Marina durante el gobierno del presidente Ulises Heu-
reaux. Nuestro más grande historiógrafo, Emilio Rodríguez Demorizi, desciende de él.
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En el ámbito santiaguero, entre los numerables nexos sociales que unen íntimamente a Italia y esta ciudad, debe
ponerse de relieve el aporte inmigratorio de sus hijos, laboriosos y emprendedores, como uno de los factores hu-
manos más positivos que nos vinieron de fuera. Varios casos resaltan con lucido esplendor: el religioso Angelo
Rusterucci, párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Altagracia entre 1887 y 1895,
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se contó entre los ges-