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Ciencia y protección ambiental para el desarrollo agrario
otro elemento cultural que arraigó en la cultura rural el que llenó este espacio. Desde mediados del siglo
xix
y
hasta bien avanzado el
xx
la mayor parte de los campesinos para sembrar se auxiliaba del
Almanaque de Bristol
,
el cual, «
en una época en la que las comunicaciones eran mínimas y las informaciones pocas, se le consideró fundamental en
Países sin servicio meteorológico, con pocos servicios médicos y de salud, cuando los almanaques de otro tipo no eran frecuentes
»;
para concluir: «
El Almanaque de Bristol orientó a los pescadores del litorial, ayudó a la agricultura
».
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La situación varió
poco desde entonces, ya que esta ayuda se extendió hasta bien entrado el siglo
xx
.
Eugenio María de Hostos, quien fue responsable de la fundación de la escuela dominicana conforme a los méto-
dos de la moderna pedagogía, había hecho un llamado a la creación de granjas agrícolas, en correspondencia a las
escuelas normales, como una forma de desarrollar los cultivos para consumo y de exportación con base científica.
Como indicó el médico e historiador Guido Despradel Batista: «
El vasto plan de reformas que se propuso implantar en
nuestro País el señor Hostos no se limitaba exclusivamente a la organización racional de la enseñanza tanto primaria como norma-
lista, sino también al establecimiento de un número de granjas agrícolas para crear una generación de agricultores jóvenes, conscientes
en el cultivo de las tierras; condición que indiscutiblemente es la base de la existencia y del progreso de la nacionalidad. Tal como él
lo expresara a su aventajado discípulo el profesor don Arismendy Robiou: “Vamos a comenzar por las normales, pero nosotros
necesitamos que a cada normal que se establezca en la ciudad corresponda una granja agrícola en el campo”
».
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También Hostos
había abogado por el establecimiento de colonias agrícolas como medio de expansión de la agricultura moderna.
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Hubo asimismo propuestas específicas que se refirieron a la experiencia todavía novedosa de varios Países de
Europa y América; este fue el caso de José Ramón Abad, nativo de Puerto Rico, quien había sido contra-
tado por el Gobierno dominicano para realizar un manual o guía sobre la República Dominicana que sería
llevado a la Feria Internacional de 1888 que se celebró en París, Francia. El autor aprovechó la oportunidad
que le dio confeccionar esta guía e incluyó numerosas sugerencias y puntos de vista sobre los derroteros que
debía tomar el desarrollo económico y social dominicano. Entre las iniciativas relativas al desarrollo agrícola
retomó y comentó en detalle los sistemas de colonias agrícolas, de las que ya hubo conatos en el País, propuso
limitar el de colonias militares y además crear «colonias agrícolas de corrección y beneficencia», para lo cual
debía seguirse la pauta de Pestalozzi y Fellenberg; este último quien había fundado en Berna, Suiza, «
el primer
establecimiento de enseñanza agrícola de que se tiene noticia
».
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La experiencia se irradió en Europa y Norteamérica,
«
se siguieron las asambleas y conferencias agrícolas, iniciadas en Alemania, y más recientemente, la multiplicada instalación de
Estaciones agronómicas, que no son, como algunos piensan, meros laboratorios químicos para el análisis de tierras y abonos, sino
centros que se ocupan de toda clase de experiencias agrícolas (…). Las estaciones agronómicas son en la actualidad uno de los
mejores auxiliares de la agricultura, porque hacen una propaganda activa de los progresos bien confirmados (…). Además, en
estas estaciones se aclimatan las nuevas plantas, y se estudian los nuevos cultivos con que sucesivamente va enriqueciéndose la
agricultura
». Abad abogó en su estudio porque en la República Dominicana: «
Hagamos por imitar este ejemplo
».
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En 1907 desde la «Revista de Agricultura», publicada por la Secretaría de Estado de Agricultura e Inmigración,
Abad reiteró su propuesta de instalar en el País una Estación Agronómica. Para ello se valió del ejemplo exitoso
del Instituto Agronômico de Campinas en el Estado de San Pablo, Brasil. Señaló que aquél «
posee tierras extensas y
variadas para la experimentación de plantas y semillas y para el ensayo de procedimientos de cultivo y de instrumentos de labor. Cuen-
ta, además, con un laboratorio bien equipado para el análisis de las plantas, de las tierras y de los abonos, así como para hacer la exacta
estimación de los productos
». Añadía que también tenía una «sección de Fitología» independiente del Instituto, en la
que se exponían insectos de todo tipo coleccionados por especialistas y se publicaban estudios sobre los daños que
los insectos provocan a las plantas y los animales. Desde luego, el café como principal producto de dicho estado, así
como la caña de azúcar, el algodón y el caucho, entre otros rubros, ocupan la mayor atención de estos estudios que
eran financiados por el Gobierno. Al final del recuento de la positiva experiencia de dicho organismo científico,
el autor del artículo concluyó con una pregunta: «
La utilidad de las instituciones como esta, de que estamos dando una ligera
reseña, es indiscutible (…) ¿Cuándo nos decidiremos a emprender el camino que otros han trillado con tan excelentes resultados?
».
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