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La formación italiana de los arquitectos modernos dominicanos, 1950-2019

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Aunque no ha sido un tema críticamente demostrado, hay una especie de acuerdo tácito en afirmar que la

arquitectura italiana está tan cómodamente arraigada en la propia cultura. Es tan sólido su tronco que jamás

ha sido permeable a movimientos vanguardistas de moda, sin antes estos rendir tributo a esa tectónica poderosa

que ha desarrollado la italianidad en más de veinte siglos. Más certero es pensar que ha sido originaria, en

muchas ocasiones, de los mismos. Tal es el caso del nacimiento del movimiento llamado Posmodernismo por

los críticos que acuñaron el término a fines de la década de los setenta, particularmente Charles Jencks. Los

textos italianos producidos por Aldo Rossi o Manfredo Tafuri desde los años sesenta, o por el norteamericano

establecido en la Academia Americana en Roma, Robert Venturi, fueron fundamentales en el tránsito del

modernismo racional ortodoxo a una modernidad más flexible, abierta, en la que la historia de la arquitectura

tuvo un papel predominante. En este tema, ningún otro país fue tan militante como Italia.

Esta facultad de la arquitectura italiana de enraizar en su propia cultura las influencias internacionales del

momento, le ha dado una vigencia extraordinaria ante la eterna dinámica a la que se somete inevitablemente.

Tal era el espíritu predominante a inicios de los años ochenta. La primera Biennale di Venezia dedicada a la

Arquitectura acogió una muestra pivotal en sus instalaciones en el Arsenale, llamada «La Strada Novissima»,

montaje que consolidó una imagen que fue abrazada por todo el planeta como símbolo del nuevo espíritu de

la arquitectura en esos años. Los que estudiaron en Italia en ese momento recibieron un impacto enorme, no

sólo por la muestra de la Bienal sino por las innumerables publicaciones profesionales («Domus», «Dedalo»,

«Zodiac», «Controspazio», y sobre todo la decana, «Casabella Continuità», etc.) y libros firmados por

intelectuales como Rossi, Portoghesi, Tafuri, Dal Co, Gregotti, etc. Era el espíritu de la época.

Este espíritu estaba latente desde los setenta. A partir

de entonces, esta segunda oleada de arquitectos

dominicanos acude principalmente a Florencia, cada

vez menos que a Roma. La Facultad de Arquitectura

de la Università degli Studi di Firenze era lidereada

por un equipo célebre de profesores, y tanto el tema

de la composición proyectual (mayormente solicitado

en le primera mitad de los setenta) como del restauro

de monumentos y centros históricos, vivieron en esos

años seguidos de la gran inundación del 1966 en

Florencia y Venecia un relieve internacional de gran

reconocimiento. El principal objeto de estudio lo fue sin

dudas el restauro de monumentos y centros históricos,

disciplina encabezada por los profesores Gennaro

Tampone y Francesco Gurrieri en sus aulas del Palazzo

Rucellai o de la sede del Collegio degli Ingegneri della

Toscana, donde se acogió por más de una década al

Centro Studi per il Restauro dei Monumenti e dei

Centri Storici, institución académica patrocinada por

la cooperación internacional a través del Ministero

degli Affari Esteri.

Mientras tanto en la República Dominicana se

Interior de

apartamento en

Gazcue, Santo

Domingo, por el

arquitecto Apolinar

Fernández de Castro.

Apartamentos en el

entorno de la Cancha

de Polo del Hotel

Embajador, obra de

Atilio León, c. 1976.