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El ingeniero Guido D’Alessandro y la construcción del Palacio Nacional
conocido como «modelo»
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se emplearon audaces formas de cubiertas que para la época constituyeron toda una
novedad técnica. Una nave central de 21.60 metros de altura por 60 de largo, y cubierta por un arco parabólico
de dos articulaciones, constituye el elemento más significativo del conjunto que contiene además dos cuerpos
rectangulares de dos y tres pisos en sus laterales. Pero la obra de mayor trascendencia en la que participaría
D’Alessandro aún no se esbozaba siquiera, aunque como se podrá leer estaba ideada desde 1924. Se trata del
Palacio Nacional, sede del Gobierno de la República Dominicana y el más importante edificio levantado
sobre la geografía nacional hasta ese momento.
Entre 1939 y 1944 se preparan los planos de la majestuosa edificación de 16.500 metros cuadrados de extensión;
y en Brasil, para 1943, el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer terminaba la impactante iglesia sobre el lago
Pampulha, cerca de Belo Horizonte.
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Parecía obvio que los mentores de la construcción del Palacio Nacional
querían inaugurarlo para 1944, año en que apenas estuvieron listos los planos. Ese año era la ocasión propicia
ya que se conmemoraría con gran esplendor el centenario del nacimiento de la República. Pero la situación
mundial empeoraba en lo económico y en lo político.
Europa vivía los horrores de las guerras, primero la civil española y luego la mundial, mientras en República
Dominicana, aparentemente muy alejada de los lugares de guerra, se levantaba una infraestructura edilicia
que seguía las pautas ideológicas trazadas por el aparato de poder que dirigía los destinos dominicanos. La
influencia provenía del fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán, aliados del franquismo español del
cual era fraterno e incondicional el régimen de los Trujillo.
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Los mismos esquemas formales de una arquitectura
masiva, de escala monumentalista, dominando perspectivas paisajísticas urbanas, con gran profusión de
materiales clásicos (mármol, por ejemplo) y de una gran presencia reiterativa; que servía, en lo político, de
elemento propagandístico, al mismo tiempo que mostraba, en lo social, desarrollo físico y progreso económico,
le permitieron a la República Dominicana hacerse de un catálogo de obras muy variado y revelador del estado
de situación de su propia existencia.
Una gran cantidad de inmigrantes españoles estaban llegando al país acogiéndose a la protección estatal que
buscaba «elevar la cultura» y «blanquear la raza» con un nuevo mestizaje, esta vez con los judíos, libaneses,
españoles, italianos y de otras nacionalidades que fuesen de etnia blanca, y que entraron bajo esa norma para
aposentarse en territorio dominicano y contribuir con su trabajo y multiplicación étnica al desarrollo de toda
la nación.
Entre ellos estuvieron los españoles Tomás Auñón que llega en 1941 y realiza el diseño del monumento
conmemorativo al pago de la deuda externa o «Independencia Financiera», levantado en 1942; y Romualdo
García Vera, que había nacido en Albacete en 1897 y
realizó el Hotel Mercedes de la ciudad de Santiago de los
Treinta Caballeros.
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En ese marco ambiental trabajaba el
ingeniero D’Alessandro elaborando los planos del futuro
Palacio Nacional que se levantaría sobre una meseta que
para principios del siglo
xx
todavía aparecía desnuda, en
el noroeste de la villa de Santo Domingo que se encontraba
en perezoso crecimiento. El descampado de principios del
siglo alcanzaba a dominar las perspectivas del paisaje en su
totalidad visual. En ese entonces aquel promontorio se abría
hacia un horizonte totalmente bucólico, apenas perfilado
de asomos escasamente edificados por pobres intenciones
habitacionales cubiertas por hojas de palma y techos
rojizos que se coronaban con pendientes mayormente a dos
y cuatro aguas, recortadas tímidas y muy lentamente contra
un exuberante y espeso verde arbolado, que aún persiste.
Salón Verde del
Palacio Nacional.
Diseñado por el
ingeniero Guido
D’Alessandro e
inspirado en el Palacio
Real de Milán.