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Las murallas de Santo Domingo y la documentación de los trabajos de los Antonelli

idea, la forma y la imagen de muchas ciudades italianas, europeas y así también de Centroamérica. La ciudad

con sus fortalezas tenía que aparecer inalcanzable para desanimar a cualquier pirata, y debía representar la

potencia del imperio.

La defensa de las costas se caracterizó por el desarrollo de una red de control constituida por fortalezas, torres

y baterías que alojaban la artillería necesaria para obstaculizar las incursiones de piratas o enemigos. Por lo

tanto, en general, el ingeniero militar, antes de plasmar el proyecto de un sistema defensivo debía prestar mucha

atención no solo a la topografía de la tierra, sino también del fondo marino, dibujando las curvas batimétricas

y todo lo necesario para entender cuales defensas naturales se podían aprovechar y así poder realizar el mejor uso

de las diversas estrategias ofensivas a las que el sistema de defensa tuvo que hacer frente. 

En los numerosos viajes que han caracterizado la experiencia de Battista Antonelli en las Américas, en más de

una ocasión el ingeniero tuvo que renunciar a visitar la isla, a pesar de la real cédula de Felipe II, expedida en

1586, en la cual el Rey ordenaba a Battista que explorara las costas para construir nuevas fortalezas o prever la

mejora de las existentes. Entre los lugares indicados por el Rey también estaba Santo Domingo, sin embargo

el ingeniero llegó a la isla solo el 25 de abril de 1589, junto al ingeniero Tejada, tres años después del asedio de

Drake. 

La capital ya hospedaba la Fortaleza Ozama y había un proyecto para instalar unos muros para fortificar

modernamente el perímetro ciudadano. Sin embargo, la capital ya había perdido una gran parte de su

importancia política y de su prosperidad comercial y el recinto proyectado para las nuevas murallas, además

de resultar débil e ineficaz, estaba también muy lejos del centro urbano. Quien lo había realizado pensó

seguramente que la ciudad continuaría su crecimiento al mismo ritmo que los primeros decenios del siglo

xvi

. Fue una predicción que no se realizó. Antonelli elaboró un nuevo proyecto de los muros acercándolos a

la ciudad y agregando bastiones alternativos a lo largo de toda su extensión, con la adición de fortalezas para

mejorar la precisión y distribución de los bastiones y de las cañoneras. 

El nuevo muro defensivo, más bajo, preveía una pequeña zanja externa, conectada a un movimiento de tierra que

minimizaba la presencia de las baterías amplificando el efecto escénico de los bastiones. El sistema de paramento,

adornado con torres de vigilancia, preveía una secuencia de bastiones, equipados para el tiro bajo y puertas

fortificadas. Lo que hoy queda de estas estructuras son algunos rastros, legibles en el sistema urbano de Santo

Domingo, pero no está claro cuál fue la contribución de Antonelli y cuáles son los restos de baterías y sistemas

defensivos desarrollados en tiempos más recientes aprovechando el perímetro descrito por el ingeniero italiano. 

El cinturón amurallado protegía la ciudad al noroeste del interior de la isla, al este por el río y al sur de las

incursiones por mar, apoyándose, donde estaba presente, en la pared rocosa natural.

El edificio militar más antiguo, erigido por los europeos en la República Dominicana y aún visible, se remonta

a la primera década del siglo

xvi

y es la Fortaleza de Ozama. La estructura, erigida frente a la desembocadura

del río para defender la entrada sureste de la Ciudad Colonial, fue levantada por orden del Gobernador

español Nicolás de Ovando. A pesar de haber experimentado cambios y extensiones a lo largo de los siglos,

debido a los diferentes usos a los que fue destinada, la fortaleza ha conservado sus características medievales,

convirtiéndose en 1990 en Patrimonio de la Humanidad junto con los monumentos del casco histórico colonial

de Santo Domingo.

El complejo se encuentra en posición elevada, separado del río por una muralla de piedra y dominado por la

Torre del Homenaje, así llamada porque desde lo alto de sus 18 m se saludaban a los barcos que llegaban al

puerto. La estructura almenada tiene gruesos muros de piedra coralina con aspilleras: en la parte de atrás se abre

un gran jardín amurallado que lo separa del área urbanizada, desde la cual se accede pasando por la Puerta de

Carlos III levantada en 1797; mientras que a la derecha de la torre se encuentra la batería baja, defendida desde

arriba por los postes de los cañones y hoy invisible desde el río. En la década de 1950, según el gusto de la época,

el complejo fue cerrado más aún, por medio de una fortificación de hormigón, permaneciendo separado del río