
159
Francisco Gregorio Billini. Presidente y literato
En el recuento sumario de su paso por el poder rescató como realización el inicio de una corriente de inmigran-
tes desde las Islas Canarias. Presentó con orgullo que el ministro de Fomento lograse el establecimiento en «tie-
rras propias» de los integrantes de esa primera expedición de canarios. Tras anunciar que se estaba preparando
un segundo contingente, llamó al sucesor a que no abandonase ese esfuerzo. Si no hizo más, explicó, se debió
a una situación económica calamitosa, a la atención prioritaria al mantenimiento de la paz, a la no resolución
de diferendos con Francia y España y a una alarma con relación a la situación interior de Haití.
Novelista del terruño
Disipadas las expectativas de derrocamiento de la tiranía, Billini se apartó de la política, posiblemente en
1891, y emprendió la confección de una novela, llamada a hacerse su texto más conocido. Ubicó el escenario
de la trama en Baní, villa que puede considerarse su lugar de origen, aunque nació accidentalmente en Santo
Domingo. Las páginas de
Baní o Engracia y Antoñita
exhiben un conocimiento pormenorizado del entorno, a
propósito del cual buscó recrear la vida cotidiana de unas dos décadas atrás como medio para postular tesis
acerca de la realidad del país y en particular del fenómeno de las guerras civiles. Existían contados precedentes
de un esfuerzo literario de esa naturaleza. Los más importantes fueron las obras indigenistas, imbuidas por un
romanticismo que se alejaba de la realidad contemporánea para refugiarse en el paraíso perdido de los aborí-
genes. En todo momento Billini eludió acudir a este género, aunque a destiempo continuaba marcado por los
cánones del romanticismo. Durante su juventud había redactado varios textos poéticos y de ficción que no
publicó, pues sacrificó su vocación de escritor a las exigencias de la participación activa para salvar la inde-
pendencia nacional.
Informa Andrés Blanco que en 1887 anunció en «El Monitor» la próxima publicación de la obra teatral
Una
flor del Ozama
, que nunca apareció, aunque fue rescatada por el Archivo Histórico de Baní. Tuvieron que pa-
sar dos décadas y media hasta que el combatiente y periodista encontrara el sosiego para emprender la escritura
de la novela. Se involucró en un terreno que reconoció no dominar, lo cual llama la atención por su interés
juvenil hacia la literatura y su vasta experiencia en el periodismo. Sus artículos y ensayos exhiben un control del
idioma que no se igualó en
Engracia y Antoñita
. Por su correspondencia con Meriño se sabe que decidió incor-
porar sus observaciones críticas a medida que avanzaba en la confección de los capítulos. Meriño se esmeró en
una lectura detallada que dio lugar a sugerencias de forma y de contenido. Su amigo poeta José Joaquín Pérez
también brindó consejos editoriales a la novela.
La recuperación de los preceptos del romanticismo es evidenciada por referencias a autores como Chateau-
briand. Le interesó intercalar planos disímiles, como la descripción del paisaje a manera de trasfondo de las
emociones de los héroes de la novela, al igual que las costumbres patriarcales del medio local, elevadas a grado
idílico. La trama está articulada alrededor de personajes representativos de tipos de mentalidades. Engracia y
Antoñita, por ejemplo, son dos jovencitas del medio urbano, caracterizado por la simplicidad de las costum-
bres, que aspiraban a un amor puro, a una vida limpia y a la realización cultural. Todos ellos están construidos
sobre esquemas estereotipados que representan principios morales. Enrique Gómez viene a ser el inescrupuloso
que abusa de la candidez de las jovencitas; don Pancracio es el civilista interesado en los asuntos públicos;
Candelaria Ozán es la personificación de la maldad al servicio del grupo baecista y presta a secundar cualquier
combinación.
Detrás de las intrigas amorosas, de las decepciones y de los resultados desgraciados para la virtud de las joven-
citas, el interés de la novela se desplaza a su dimensión histórico-política. La obra se sitúa en el terreno de las
emociones, cuando la originalidad radica en describir las condiciones políticas y proponer claves interpreta-
tivas del fenómeno de las revoluciones. Con todo, se eximió de profundizar, por lo que en buena medida el
enfoque no traspasa planos maniqueos. En última instancia, el trasfondo del escenario puede leerse como el de
la lucha del bien contra el mal.