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Cristóbal Colón. Un hombre entre dos mundos
sus herederos, si él ya había muerto). Como en todos los momentos importantes de su vida, Bartolomeo Fieschi
estaba a su lado en esta ocasión también.
Por un tiempo, no se habló de él. Pero una cosa es cierta: a partir de ese momento empezó un nuevo Occidente.
Inmediatamente después de ese viaje, de hecho, el mundo se abrió ante las potencias europeas, que, si bien
matizaron en la construcción de sus mitografías este importante vínculo entre el mundo mediterráneo y el
posterior ascenso del continente, no pudieron negar nunca la contribución del hombre procedente de la
«más atlántica» de las ciudades italianas y del acto con el que «fundó» un Nuevo Mundo a ambos lados del
Atlántico. No es casualidad que en 1688 Christopher Keller, profesor de la Universidad de Halle, que en la
primera edición de su
Historia Universalis
de 1685 introdujo la tripartición entre la Antigüedad, la Edad Media
y la Edad Moderna, estableció finalmente que la Edad Media terminaba en el momento en que se producían
algunos acontecimientos fundamentales: la caída de Constantinopla, la invención de la prensa, la Reforma
Protestante y, de hecho, el «descubrimiento» de América.
Colón, héroe o Colón asesino; Colón, no hijo de un tejedor de lana, sino heredero de un linaje de almirantes
y corsarios; Colón, místico o incluso templario; Colón, no genovés sino catalán, portugués o de quién sabe
de qué origen. La increíble atracción por el personaje ha generado con el tiempo una producción científica,
literaria y artística hoy inconmensurable que, a pesar de tantas controversias, vuelve a exaltar el valor mítico
que siempre ha acompañado a la historia del hombre. De hecho, en las culturas de todos los lugares y tiempos,
el navegante que navega por rutas desconocidas para explorar el mundo, el «inventor» de nuevas tierras, asume
en la memoria colectiva una doble fisonomía: la histórica y mortal y la heroica y mítica. El hombre sin el cual
no existiría el «descubrimiento» pasa a formar parte no solo de la memoria racional y documental, sino también
de la conciencia y de la memoria colectiva en la que, mucho más que el hecho histórico, prevalece la eternidad
del mito, del rito, del gesto fundacional y, al mismo tiempo, la memoria del hombre-héroe que lo creó.
Entre estos mitos, que la sociedad de todos los tiempos conecta constantemente a sus experiencias, a sus
necesidades, a sus deseos, a sus encuentros y a sus enfrentamientos, está la figura del Almirante genovés que,
como un nuevo caballero de la fortuna, siempre parecerá ser el hombre de los desafíos imposibles. Pero el
mito no nace inmediatamente. Por el contrario, el gesto realizado se superpone inmediatamente a la figura
del hombre, redimensionándola y casi borrándola, haciendo su imagen casi impalpable. Hasta que el Nuevo
Mundo, desprendiéndose del Viejo Mundo, decide proponerla de nuevo.
Génova, Italia. Casa de
Cristóbal Colón y
torres de San Andrea.