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Presencia italiana en Santo Domingo 1492-1900

servan algunos nombres de esos florentinos, entre los cuales había varios amigos de Colón: Amerigo Vespucci,

el más íntimo de ellos, Francisco de Bardi, Simón Verde, Francisco Ridolfo, Jerónimo Rufaldi y Lorenzo de

Rabata. Varios de ellos servían a los negocios de Lorenzo di Pierfrancesco de’ Medici y mantenían correspon-

dencia con este, según ha sido documentado por la historiadora sevillana Consuelo Varela en su obra

Colón

y los Florentinos

.

2

Por ello, algunos historiadores han especulado que «

es probable que Colón, como persona física y a

título personal, recibiese un préstamo de la Banca Medici, y, por tanto, indirectamente de Lorenzo el Magnífico, pero a través de

su representante en Sevilla Giannotto Berardi

».

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Comoquiera que hubiese sido, lo cierto es que el dinero aportado por Berardi le sirvió a Colón para aportar su

parte en la financiación del primer viaje que dio por resultado el descubrimiento de las Antillas, nombre este

derivado de una mítica isla (Antillia o

Ante Illia

) que algunos europeos imaginaban ubicada junto a otras más

pequeñas en medio del océano, al suroeste de las Azores, en el mismo paralelo de las Islas Canarias. De las islas

descubiertas por él Colón escogió una, la segunda en tamaño, para fundar una factoría similar a las estableci-

das en África que él había visitado años antes en compañía de marinos y mercaderes portugueses. Llamó a esta

isla Española y ordenó la fundación de una ciudad en un buen puerto fluvial ubicado en la desembocadura de

un río llamado Ozama por los aborígenes que habitaban esta isla. Esta ciudad recibió el nombre de Santo Do-

mingo. Antes de eso, en su segundo viaje, Colón se hizo acompañar de un joven compatriota suyo, Miguel de

Cúneo, natural de Savona, aldea cercana a Génova, quien buscando aventuras le pidió ir como simple viajero

curioso en esa expedición. Cúneo escribió una relación de su llegada a las Antillas y en ella cuenta que Colón,

en honor a él, bautizó una islita al sureste de la Española con el nombre de Saona («Sann-a», pronunciación

de Savona en dialecto ligur). Fue Miguel de Cúneo el primer turista europeo que visitó el «Nuevo Mundo».

El armador de ese segundo viaje fue Juanoto Berardi, a quien los reyes encargaron la responsabilidad de prepa-

rar una nave para que Colón regresara a las Antillas, encargo este que resultó en la organización de una flota

de diecisiete naves. Para el financiamiento de esta flota Berardi aportó en préstamo 65.000 maravedíes que les

fueron pagados por la Corona en el verano del año siguiente.

Otro italiano amigo de Colón que le sirvió de confidente y depositario de las informaciones que este acopió en

sus primeros dos viajes fue el milanés Pedro Martir de Anglería (Pietro Martire d’Anghiera), autor de las céle-

bres

Décadas del Nuevo Mundo

, una de las más tempranas crónicas de la presencia de los europeos en la Española.

Berardi, socio y financista de Colón, actuó como factor de este hasta su fallecimiento en 1496. A partir de

entonces sus negocios quedaron entonces a cargo de Vespucci.

Diez años más tarde, fallecido Colón, su hijo Diego fue nombrado gobernador y virrey de las tierras descubier-

tas por su padre, las que serían gobernadas desde Santo Domingo. A esta incipiente ciudad se trasladó Diego

en 1509 con su esposa María de Toledo y una pequeña corte de hidalgos y muchachas blancas enviados por la

Corona para «ennoblecer la tierra».

Colón le dejó a Diego una rica herencia. Con esos recursos, más la utilización de numerosos esclavos aboríge-

nes, este nuevo gobernador construyó, entre 1511 y 1512, un imponente palacio virreinal de evidente arquitec-

tura florentina renacentista. Desconocemos todavía el nombre del diseñador de este hermoso edificio conocido

hoy con el equívoco nombre de «alcázar» de Colón, pero ya ha quedado en claro que su arquitectura es italia-

na, según ha determinado la investigadora Julia Vicioso, quien ha venido estudiando esta edificación durante

más de veinte años. Según ella, «

la disposición simétrica de la planta arquitectónica y las dobles logias de arcos en ambos

frentes del palacio virreinal muestran a grandes rasgos el carácter renacentista y que el edificio puede ser considerado la primera

obra del Renacimiento italiano en el continente americano

».

Una década más tarde, fue iniciada la construcción de otro edificio emblemático de la ciudad de Santo Do-

mingo por disposición del primer Obispo residente en esta ciudad, Alessandro Geraldini, nativo de Amelia,

Umbría, aldea ubicada en el centro de la península italiana. Geraldini fue nombrado Obispo de Santo Do-

mingo por el Rey Carlos I el 23 de noviembre de 1516, llegó a esta ciudad el 17 de septiembre de 1519 y murió