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Italia en la literatura

Italia en la literatura (Testimonio)

M

anuel

S

alvador

G

autier

Arquitecto y ganador del Premio Nacional de Literatura de la Fundación Corripio y el Ministerio de Cultura

E

n 1956 el Gobierno de Italia me concedió una beca para estudiar

Restauración de monumentos en la Facultad de Arquitectura de la

Universidad de Roma. Al llegar allá, gestioné hacer la carrera de

Arquitectura que se cursaba en esa facultad, con la que obtuve el título de

Doctor en Arquitectura. Estar en Italia, y especialmente en Roma, es parti-

cipar de un ambiente pletórico de conocimientos sobre los inicios de nuestra

civilización. El imperio romano impuso una forma de proceder de la cual

derivó prácticamente todo lo que hacemos hoy. Estuve allí de 1956 a 1960, en

un momento en que Italia estaba en plena recuperación de los estragos de la

Segunda Guerra Mundial y el país explotaba en prosperidad. Las películas,

como

Roma ciudad abierta

, de Roberto Rossellini y

El limpiabotas

, de Vittorio

de Sica, le habían dado la vuelta al mundo, los turistas se veían por todas partes, pero, sobre todo, la economía

prosperaba a grandes pasos, y Milán se había convertido en una de las ciudades más importantes de Europa.

La Escuela de Arquitectura de la Universidad de Roma estaba en el barrio exclusivo de Parioli, frente al par-

que de Villa Borghese, uno de los sectores más hermosos de la Roma de entonces. El recorrido por las calles

de Roma era un verdadero deleite para un arquitecto, ya que, tanto sus calles estrechas como sus edificaciones

mantienen una unidad estilística que se inició con el Renacimiento. Impresionan el Coliseo, las ruinas de

Roma prehistórica y la vía Appia Antigua.

En la literatura, Italia tiene como su obra de mayor relevancia a la

Divina Comedia,

de Dante Alighieri, que,

junto con Miguel de Cervantes, de España, y William Shakespeare, de Inglaterra, forma el trio más destacado

de autores del mundo.

En los años cincuenta habían sobresalido escritores como Cesare Pavese, Alberto Moravia y otros, y emergía

Pier Paolo Pasolini, con su narrativa y sus películas que rompían con lo que se hacía en ese momento. Leí a va-

rios de ellos. Conocí personalmente a Giuseppe Patroni Griffi, cuando todavía no había comenzado su carrera

como director de cine, que lo hizo mundialmente famoso. En ese entonces ya este había publicado un libro de

cuentos y dirigía obras teatrales. En una de esas obras lo trató mi compañero de pensión, Ángelo Zanolli, que

era actor de teatro y de cine. Patroni Griffi venía a menudo a juntarse con este para hablar, y yo me unía a ellos.

Es sorprendente lo sencillos que son estos personajes famosos cuando están en la intimidad. Patroni Griffi tenía

una conversación amena, era chistoso y traía sus obras recién escritas para leérnoslas.

Soy amante de la ópera. Las temporadas de óperas durante el invierno en el Teatro de Roma fueron para mí

una experiencia extraordinaria. Oí cantar a los tenores Mario del Monaco, Giuseppe Di Stefano y Franco Co-

relli; a las sopranos Mirella Freni y Renata Scotto; al barítono Tito Gobbi y a muchos más. A la famosísima

María Callas la oí también, pero en el teatro de Milán. Cuando anunciaban la apertura de la venta de entradas,

me aseguraba de comprar la mía en la primera fila del balcón, ya que como estudiante no podía pagar más y en

esta fila era desde donde mejor se apreciaba la obra a esa altura. Aprendí de escenografía y de movimiento en

Valle Giulia, edificio

que alberga la Escuela

de Arquitectura de la

Universidad La

Sapienza de Roma.

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Detalle de la fachada

de la Catedral de San

Lorenzo en Génova.