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Alessandro Geraldini vs Rodrigo de Figueroa

Cuando, el 17 de septiembre de 1519, Alessandro Geraldini desembarcó en Santo Domingo, el poder político

español estaba representado por Rodrigo de Figueroa. Y el choque titánico está todo delineado en la carta ep.

25, dirigida al cardenal Adriano,

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un verdadero

j’accuse

del Obispo contra la malversación de los adminis-

tradores españoles en la isla, y de Figueroa en lo específico que parece «

no buscar el bien público a la manera de los

antiguos gobernadores romanos, sino robar a todo el pueblo, traer todos los bienes a los pueblos, incluso los pueblos de la isla

son saqueados, esos territorios muy desafortunados son completamente destruidos, mientras que él no busca la equidad sino la

ganancia

» (ep. 25.1-2). El mismo Diego Colón, además de Alonso de Zuazo, fue víctima del clima tiránico y

calumnioso establecido por el licenciado. «

Figueroa, un hombre impío y obviamente inhumano, fue más lejos porque, al

escuchar a los franciscanos condenar desde los púlpitos públicos de la región los conocidos ingresos de su familia, que robó gran

parte de la isla y comparte el beneficio común con el mismo Figueroa, pensó en matar a una parte de ellos, en golpear con las

pestañas de los etíopes en otra parte, y en condenarlos al exilio a otros

» (ep. 25.7).

La historia de lo que sucedió la noche del 25 de abril de 1520 es aterradora. El gobernador de Santo Domingo,

al frente de un equipo de policías, ordena la captura del sacerdote Manrique Totalora, quien es agarrado por

las manos y los pies y arrastrado fuera de la iglesia a través de las calles de la ciudad. En ese momento, Figue-

roa cae en la Catedral y tiene un niño capturado participando en un ritual por orden del Obispo Geraldini:

«

Después de tirar la puerta, sacó de ese lugar a un niño pequeño, adornado con una corona de Cristo, que estaba en la torre de la

iglesia, que pidió ser del Obispo ... y huir a través de las partes internas más secretas de la iglesia. En ese tumulto, cuando solo

un sacerdote que estaba en el templo dijo que esto no era agradable para el Obispo, ¡ese hereje proclamó en voz alta que colgaría

al Obispo y a los otros canónigos, traidores y borrachos! Inmediatamente después, mientras colgaba al niño, algunos miembros

de la nobleza distinguida de Santo Domingo, conscientes de la maldad del hombre, con el rostro cubierto, liberaron al niño de la

fuerza antes de morir

» (ep. 25.10-12). Unas semanas más tarde, Figueroa también escribe una carta al Consejo de

Indias, y ofrece su propia versión del episodio, minimizándolo, y le pide al Arzobispo de Sevilla que sancione

al Obispo, como «inútil»,

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y parece querer evitar las acusaciones, echando toda la culpa al Obispo Geraldini

y, en general, a los prelados eclesiásticos en el Nuevo Mundo (Apéndice 1).

Se podría pensar en un episodio trivial de choque entre Iglesia y Estado, pero aquí Figueroa no representa a la

Corona española, sino a sus propios intereses personales y los de sus «cómplices»: esto se desprende del resulta-

do del juicio que sufrió el Gobernador.

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Figueroa, como pide Geraldini, es golpeado por la justicia del Rey y

Emperador Carlos V, quien organiza un juicio de residencia coordenado por el licenciado Cristóbal Lebrón

contra el Gobernador en abril de 1521: la Real Provisión fechada en Burgos 11 de abril de 1521, otorga el

cargo de oidor de la Audiencia y juzgado de las apelaciones de la isla Española a Cristóbal Lebrón, en lugar

del licenciado Rodrigo de Figueroa, quien está suspendido y sometido a procedimiento de residencia.

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Y la

real cédula al Almirante don Diego Colón, Virrey y Gobernador de la isla Española, versa sobre el siguiente

asunto: «

Que aquí [en España] se ha sabido la no buena gobernación que el licenciado Figueroa ha hecho en esa isla, por lo

cual se envía al

licenciado Cristóbal Lebrón para que le tome residencia de sus cargos, recomendándole a él, ayude y favorezca

en todo a este

».

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Como tampoco deberían sorprenderse al hacer que se piense en una contradicción ideológica, o, peor aún, en

una «

buena predicación y arañazos

» del Obispo de Santo Domingo, las diversas iniciativas emprendidas en su

vida concreta como pastor (hasta el punto de que Jesús Paniagua y Carmen Vázquez incluso creen que pue-

den ser pasajes del texto del

Itinerarium

interpolados).

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Pero las oscilaciones ideológicas se explican fácilmente

a la luz de las necesidades concretas del funcionamiento diario de una diócesis tan problemática. Y de todos

modos, la actitud de Geraldini hacia el fenómeno de la esclavitud es al menos binaria (teoría / praxis), si no

es incluso «plural», parece estar demostrado por lo que afirma a una distancia muy corta en dos pasajes del

comienzo del libro XII de

Itinerarium

: en XII 3, el Obispo critica duramente el hábito de los habitantes de la

patria Guiea

(Guinea) de vender a sus parientes a comerciantes extranjeros; en el XII 9 dice que en la bodega

de su barco hay marineros africanos que habían sido capturados anteriormente.

Conviven la solidaridad cristiana y el rechazo de la violencia gratuita y las necesidades económicas y logísticas.