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Presencia italiana en el Cibao y Santiago. Siglos
xix
y
xx
Como indica José Del Castillo, República Dominicana no fue «
un punto de referencia importante de los grandes movi-
mientos migratorios internacionales provenientes del viejo continente»
, ya que «
otros polos de atracción imanaban los grandes flujos
de los pobladores europeos
».
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En el caso de la migración italiana, su destino estuvo fijado preferentemente en Estados
Unidos, Argentina, Uruguay y Brasil.
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La mayoría de los italianos que se radicaron aquí procedían de la zona
sur de Italia,
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específicamente de poblaciones cercanas al importante puerto de Nápoles; otra porción no tan sig-
nificativa numéricamente arribó desde distintos lugares en el norte de ese País y estuvo conformada por personas
con niveles educativos distintos y habilidades empresariales ya desarrolladas. ¿Por qué? Simplemente porque el
sur fue la región más afectada por el descalabro del sector agrícola, lo que motivó que la población campesina
desempleada se viera precisada a embarcarse por millares. Además, el sur italiano era, y es todavía, muy diferente
en términos de riqueza económica frente a las regiones del centro-norte; es la región menos favorecida en el disfru-
te de los recursos del suelo y en la que más se advierte el desequilibrio en la distribución de los centros urbanos.
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Estas dificultades se ven acentuadas por la influencia negativa que ejerce el medio físico: los Apeninos, columna
vertebral orográfica de la larga y recortada península, dominan la morfología del terreno, alternándose entre sus
vertientes numerosos valles y llanuras, donde se han desarrollado las ciudades.
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Nicolás Pugliese Zouain evoca que los italianos partían «
cuando habían cumplido con el servicio militar obligatorio;
normalmente a principios del año, después de la vendimia de septiembre y después de la recolección de las aceitunas (en noviembre
y diciembre), una vez almacenado el aceite para el consumo familiar del año»
. Y lo hacían:
«
en barcos cargueros que costeaban el mar Tirreno hasta el puerto de Nápoles, donde tomaban el “vapor” que los llevaría hasta
Barcelona. Los más afortunados, si llegaban a tiempo, se embarcaban en el Piróscafo, trasatlántico o “bastimento” (como se le
llamaba en Italia) que navegaba directamente a América, en
[el]
que se empleaba aproximadamente mes y medio. Aquellos que
no lograban coincidir con la partida del transatlántico debían esperar a que llegara el próximo, lo cual agravaba aún más sus ya
precarias situaciones económicas»
.
Sobre su equipaje, material y sentimental, refiere:
«
Puesto se llevaban el traje de casimir que usaban los domingos y días de fiesta; en la mente, llevaban el firme propósito de salir
del estado de pobreza que dejaban atrás junto a su familia, a su joven esposa y a sus hijos; en el corazón, una inmensa carga de
dolor; colgado al cuello, el rosario bendecido de la “mamma”; en las manos rugosas, la maleta de cartón amarrada con soga y
dentro, las fotos de los familiares, una “remúa” y algunos alimentos para ser consumidos durante el viaje. El dinero que habían
tomado prestado en el pueblo, estaba en el bolsillo del traje, junto al pasaporte
.»
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En el interior del País la presencia italiana fue determinante en diversas épocas. En el proceso de afirmación
y evolución de varias comunidades y ciudades encontramos el aporte sustancial de varios italianos, arribados
fundamentalmente a partir de la segunda mitad del siglo
xix
. En lo que toca al Cibao, no obstante la mayor
parte del trasvase poblacional italiano a América empezó a manifestarse a partir de 1886,
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allí hubo italianos
desde la primera mitad del siglo
xix
: en 1805, conforme los relatos del presbítero Juan de Jesús Ayala García
sobre las vicisitudes que vivieron los habitantes de La Vega durante la invasión de Jean-Jacques Dessalines,
allí vivía entonces el italiano Juan Maguiol (sic), para entonces un anciano profesor de aritmética
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y en la pa-
rroquia de Nuestra Señora del Rosario de Moca casó el 27 de enero de 1830 Féliz Butin, hijo de Pablo Butin
y María Frirna, natural de Italia, con Manuela de la Cruz, hija de Ignacio de la Cruz y Merchora Morel, ya
viudo de Agustina Pérez.
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Esta referencia es un hallazgo interesantísimo, pues da pie a concluir que la presen-
cia italiana en la región Norte es mucho más antigua de lo que hasta ahora se pensaba.
En el caso de Santiago, Juan Antonio Alix, en su décima
El Niño de Atocha
, sin fecha, hace referencia a la
importación por italianos de tallas de santos, tarea en la que ya se ocupaban «
en bía dei pae Solano
»,
19
en alusión
al presbítero Domingo Antonio Solano, fallecido el 20 de mayo de 1862.
20
Juan Rossi, boticario,
21
residía en