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La familia Bonarelli
York donde hicieron sus vidas con exitosos proyectos gastronómicos.
El éxito llegó bastante rápido. Necesitaban expandirse. Para construir un
nuevo edificio con estos fines, solicitó RD$10.000,00 al Banco Agrícola.
Cuentan que el doctor Balaguer decidió ayudarlo; reconocía en este
joven empresario muchos deseos de progresar. Doña Immacolata estaba
tan agradecida con el funcionario que, desde entonces, hasta su muerte,
le enviaba todas las semanas una
mozzarella
, una
ricotta
, una
zuppa inglese
y una
cassata
. Con esta acción, doña Immacolata enseñaba a sus hijos
que el agradecimiento era una cualidad que debía cultivarse. Por esta
razón, los esposos Bonarelli estaban eternamente agradecidos con el País
que los había recibido con los brazos abiertos.
El negocio era un proyecto familiar. La familia entera trabajaba
arduamente. El cabeza de familia, don Annibale, era el cocinero, el
verdadero chef. Toda una vida trabajando en el negocio de la alimentación
le permitió poner en práctica lo aprendido. Doña Immacolata estaba en
la caja, y desde ahí dirigía todo. Dicen sus hijos que era la ley, la batuta
y la constitución de la familia.
El éxito fue grande. La oferta gastronómica en la capital era muy limitada.
Apenas existían algunos restaurantes de comida china y fondas populares
de comida criolla. La creación del Vesuvio le permitió al sector social
de clase alta y clase media contar con un lugar de buena comida. Los
testigos afirman que en los años sesenta la gente se ponía muy elegante
para ir a disfrutar del nuevo negocio.
El entonces Embajador de los Estados Unidos, John Bartlow Martin,
comentaba en sus memorias que el Vesuvio se había convertido en
un termómetro de la situación económica y política del País. El Embajador escribió que al momento del
ajusticiamiento del dictador Rafael Leónidas Trujillo (la noche del 30 de mayo de 1961), «
hasta en el Vesuvio
había poco movimiento
».
El Vesuvio con el tiempo se convirtió en la verdadera escuela gastronómica del País. Ante la falta de personal
preparado, don Annibale enseñó a muchos jóvenes a servir a los comensales, a preparar bebidas y a cocinar.
Por su cocina pasaron muchos que después se convertirían en los chefs principales de otros restaurantes.
Tanto fue el éxito, que, en la preparación de la Feria de La Paz, el Generalísimo Trujillo decidió ofrecer a los
visitantes dos importantes propuestas gastronómicas. La comida italiana, con una sucursal del Vesuvio en la
zona. La oferta española se ofreció a través del restaurante El Lina.
El Vesuvio era el restaurante de referencia. El hijo mayor de la familia, Enzo, siendo muy joven, trabajó,
pero, sobre todo, acompaño a sus padres en el fortalecimiento y crecimiento de la nueva empresa. La visión
emprendedora del patriarca familiar hizo que despertara en uno de sus hijos el deseo de iniciar un camino en
solitario.
En el año 1971, Giuseppe (Peppino) fue el primero de los hijos que montó tienda aparte, compró un solar y
ahí construyó una nueva oferta gastronómica que llamó El Vesuvito. En sus inicios el nuevo restaurante se
especializó en pizzas. Luego amplió su menú, introduciendo otros platos. Aunque el negocio iba bien, quiso
explorar nuevos negocios. Decidió venderlo a su hermano Gaetano.
Peppino salta de la gastronomía a la importación de vinos en 1978. Una inversión arriesgada si se toma en
cuenta que en esa época el dominicano consumía ron y cerveza. Los pocos vinos que se consumían eran
rosados, semidulces y de baja calidad. A pesar del sesgo cultural, la nueva empresa de importación, a la que
bautizaron El Catador, comenzó a influenciar en el gusto de los dominicanos. Iniciaron introduciendo vinos
Locales del Nuevo
Restaurante Vesuvio.
Santo Domingo, 1959.
Don Annibale Bonarelli
elaborando la primera
pizza de Pizzarelli junto
a sus hijos: Vincenzo,
Giuseppe y Gaetano.
Sucursal de plaza
Naco. Santo Domingo,
1982.