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Raíces y fortaleza de las relaciones entre Italia y República Dominicana

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Visita del Presidente

Danilo Medina al

Presidente Sergio

Mattarella en el

Quirinal. Roma, 13 de

febrero de 2019.

Raíces y fortaleza de las relaciones entre Italia

y República Dominicana (Testimonio)

V

íctor

M

anuel

G

rimaldi

C

éspedes

Ex Embajador de la República Dominicana ante la Santa Sede y ex Embajador ante el Reino de Suecia

Introducción

«Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva»,

proclama Juan el evangelista,

y lo dice

«porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya».

Apocalipsis (21,1)

.

Muchas veces huyendo a lo que ya no existe porque alguna tragedia natural lo ha extinguido, por la enfermedad o por

la amenaza de guerras que produce el hombre, dejamos atrás la tierra y buscamos otras nuevas. Encontrar tierras nuevas

y gente nueva, dejando atrás lo que existe, buscando sobrevivir, también ha sido en el recorrido de los seres humanos un

motivo de éxodos y vínculos que dejan el rastro que permite tener alguna explicación de las raíces de las relaciones entre

las distintas sociedades y sus Gobiernos. Encontrar mercados nuevos, productos y alimentos nuevos son otros elementos

fuertes que contribuyen a buscar cielos y tierras nuevas.

En el caso de los pueblos y los estados organizados de Italia y la República Dominicana creemos que también aplica el

ejemplo. Para entender el presente y el pasado de sus relaciones diplomáticas, comerciales y de cooperación y los estre-

chos vínculos que existen entre nosotros.

Como estudioso y curioso de la historia en el año 2013, cuando era Embajador de la República Dominicana ante la

Santa Sede en Roma, visité los archivos de la Presidencia de la República Italiana y del Ministerio de Relaciones Exte-

riores de Italia. Motivaba esa visita mía a los archivos históricos italianos, principalmente, el detalle de que mi apellido

paterno corresponde a mi abuelo Giuseppe Grimaldi Caroprese, quien nació en un lugar privilegiado de esa península

del Sur de Europa que ha sido escenario de tantas vivencias de la humanidad y que, precisamente, fue bautizada y

reconocida así cuando en 1861 se creó el Reino de Italia con el gentilicio de los antiguos pueblos «itálicos» del sur de

la Península. En los archivos oficiales italianos pude comprobar, revisando los papeles y otros documentos, los fuertes

vínculos que en los últimos cien años han sostenido la buena convivencia entre los pueblos y los Gobiernos de Italia y

la República Dominicana.

Cristoforo Colombo: descubridor de la isla

Mirando atrás en la historia, las raíces iniciales de estos vínculos se hallan en la llegada a tierra dominicana en 1492 del

almirante genovés Cristoforo Colombo, italiano. Después tenemos el ejemplo del primer obispo residente en la isla,

Alessandro Geraldini, italiano de Amelia. La cultura católica y sus enseñanzas provenientes de Roma y de la península

italiana desde entonces han sido básicas en la formación del pueblo que en 1844 consolidó su identidad nacional con la

creación de un Estado llamado República Dominicana.

Vale la pena recordar que en el año 1802 un emperador francés, nacido en Córcega, de familia original de Toscana,

Italia, cuyo nombre era en italiano Napoleone di Buonaparte, envió a la isla Española una expedición por mar en

numerosas embarcaciones con miles de soldados para expulsar de la parte oriental o colonia española al gobernador

François-Dominique Toussaint Louverture. Esta parte que habitamos hoy en la Española y que llamamos desde 1844

República Dominicana había sido cedida a Francia por España en 1795 mediante el tratado de Basilea. Ese tratado

puso fin a las guerras en la Primera Campaña de Italia que había encabezado el entonces general Bonaparte.

Estos detalles son importantes para la explicación de las raíces históricas de nuestras relaciones con Italia, tanto como

Nación como Pueblo y Estado, en vista de que la expedición que envió por vía marítima a la isla Española el ya em-

perador en 1802 Napoleón Bonaparte estuvo encabezada o dirigida por el general Emmanuel Leclerc, esposo de la

hermana de Napoleón, Paolina Bonaparte (quien luego enviudó porque Leclerc murió en nuestra isla de una epidemia

de fiebre amarilla o palúdica) y entre los soldados que acompañaron al general Leclerc, reclutados muchos en la región