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Amadeo Barletta

su prisión. Junto al representante de la Penn Tobacco Company trataron de decirle, o entregarle, algo cuando

salía del juzgado y solo lograron recibir un gran empujón que les propinó un sargento.

El 22 de abril el Departamento de Estado instruyó a su ministro en Santo Domingo entregar una nota a la

Cancillería dominicana quejándose del boicot y en respuesta la Cancillería negó permiso a Todd para visitar

a Barletta. Ese día Macario visitó al ministro norteamericano en Santo Domingo y le informó que había con-

versado dos veces con el canciller dominicano Arturo Logroño; en la última reunión le había explicado la

gravedad con que Italia veía la situación, la cual podría «

conllevar consecuencias impredecibles

». El canciller fascista

italiano, el conde Gian Galeazzo Ciano, había estudiado con Barletta y eran amigos. El ministro Macario

terminó su conversación con el ministro diciéndole que tanto él como su Gobierno consideraban que el trato

ilegal y arbitrario del Gobierno dominicano frente al ciudadano italiano debería resultar en conversaciones

directas entre el Gobierno italiano y el norteamericano. Representantes de la Penn Tobacco fueron a Washin-

gton a solicitar el apoyo del Departamento de Estado. El día 29 el encargado de negocios alemán, Hermann

Barkhausen, informó al ministro norteamericano que el canciller Arturo Logroño le había dicho, en forma

que pensaba agradaría al representante de Hitler, que: «

El Gobierno dominicano está siguiendo la misma política del

Gobierno alemán. El presidente Trujillo está haciendo el papel de Hitler y yo el papel del doctor Goebbels

». El día siguiente

el Departamento de Estado pidió al ministro americano presentar una nota al Gobierno dominicano por me-

dio de la cual el Gobierno americano «hacía sus reservas del caso».

El 15 de mayo el «New York Times» sacó los siguientes titulares: «Italia amenaza a Santo Domingo. Le

informa a Washington que un barco de guerra será enviado si el cónsul no es soltado. El atraso enfurece a

Mussolini». Agregaba que el embajador italiano enWashington había informado al Departamento de Estado

sobre esos planes. Dos días antes de aparecer esa noticia en el periódico, el secretario de Estado Cordell Hull en

persona acompañado por el subsecretario Sumner Welles habían hecho llamar a su despacho al ministro do-

minicano Rafael Brache entregándole una nota diplomática donde el Gobierno norteamericano manifestaba

«

su seria preocupación por el tratamiento que en meses recientes se le había dado a ciertos ciudadanos norteamericanos y a ciertos

intereses norteamericanos por parte del Gobierno dominicano

».

Pero si la nota era fuerte más fuerte fue lo que Hull le dijo a Brache, pues se refirió a los esfuerzos de los países

latinoamericanos de fortalecer «

la reputación internacional de la familia de las naciones americanas

» y como ese esfuerzo

se basaba en los principios del justo y razonable trato entre los países del área. Era parte de la política del buen

vecino del presidente Roosevelt. Agregó que «

estaba altamente sorprendido, contrariado y preocupado al enterarse de que,

de todos los Gobiernos del continente, solo el dominicano aparentemente había abandonado ese esfuerzo

». Hull luego se refirió

específicamente al caso de Barletta diciéndole «

que no sería cándido si no mencionara que el Gobierno de Italia obviamente

no podía permitir que un ultraje de ese tipo no fuera desafiado

» y que ese Gobierno bien podría ser que apelara a medidas

drásticas «

tales como el envío, no de un barco de guerra, sino de varios barcos de guerra a la República Dominicana, en cuyo

caso el Gobierno dominicano realmente no estaría en posición como para apelar a la simpatía del Gobierno norteamericano, o a la

de ningún otro de la región

». Brache optó por solo decir que, precisamente, hacía un tiempo que estaba pensando

en viajar a Santo Domingo y que ahora consideraba que, a la luz de lo expresado por Hull, sería útil hacer ese

viaje de inmediato para discutir la situación con Trujillo. Este último, enterado del asunto, envió a Andrés

Pastoriza a Washington.

El 21 de mayo, bajo instrucciones, el ministro norteamericano visitó a Trujillo, quien estaba acompañado por

el ministro Brache. Trujillo le explicó al ministro «

que estaba en la mejor disposición de satisfacer a los Estados Unidos

en cualquier forma

», agregando que los cargos contra Barletta serían retirados y que Arturo Logroño sería susti-

tuido como canciller. El ministro norteamericano reportaría: «

Cuando salí, Trujillo parecía que estaba en un estado

de extremo agotamiento y mostraba pocas evidencias de su acostumbrado

orgullo y austeridad. Parecía que estaba gravemente

preocupado de que el Gobierno de los Estados Unidos hubiera tenido que tomar la acción que tomó

». Ese mismo día Tru-

jillo también se reunió con el ministro italiano. Buscando un «chivo expiatorio» el dictador inmediatamente

destituyó a Arturo Logroño como canciller y los «problemas» impositivos que tenía la Compañía Tabaquera